viernes, 29 de agosto de 2025

El espejismo de la elección en la educación y el software

¿Libertad o dependencia? El espejismo de la elección en la educación y el software



Vivimos en un mundo donde la palabra libertad se repite como un mantra. Somos “libres” de elegir qué consumir, qué creer, qué estudiar y hasta qué soñar. Pero en la práctica, esas libertades son acotadas, vigiladas y diseñadas por otros. No elegimos de un menú infinito, sino de un catálogo reducido que unos pocos nos permiten mirar.

El caso del software es un espejo evidente. El software privativo promete funcionalidad y comodidad, pero a costa de nuestra autonomía: no podemos modificarlo, no podemos compartirlo libremente y, en muchos casos, ni siquiera sabemos qué hace realmente con nuestros datos. Usarlo es aceptar una dependencia, disfrazada de modernidad.

Ese mismo patrón se repite en otros ámbitos:

  • En la religión, donde se ofrece salvación pero bajo dogmas rígidos que no admiten cuestionamientos.

  • En la política, donde se nos concede “elegir”, pero dentro de un marco cerrado que perpetúa la concentración de poder.

  • En la economía, donde se nos dice que somos “libres” de consumir, pero siempre dentro de los límites del mercado que diseñan las grandes corporaciones.

Y aquí surge la pregunta incómoda: ¿qué ocurre con la educación superior?
En teoría, la universidad debería ser un espacio de pensamiento libre, de creación crítica y de cuestionamiento profundo. Sin embargo, lo que encontramos muchas veces es lo contrario:

  • Los planes de estudio son decididos por unos pocos, frecuentemente con intereses propios o institucionales que no siempre reflejan las necesidades reales de los estudiantes ni de la sociedad.

  • El currículo se convierte en un molde rígido que obliga a aprender contenidos muchas veces obsoletos o desconectados de la práctica.

  • Incluso en una universidad estatal como la Universidad de San Carlos de Guatemala, que debería ser un baluarte de lo público y lo plural, el peso de la tradición y de los grupos de poder termina imponiéndose sobre la voz estudiantil y docente.

La contradicción es clara: se nos habla de formar ciudadanos críticos, pero se nos educa como usuarios pasivos. Se nos promete libertad, pero se nos enseña obediencia. Igual que en el software privativo, se nos deja usar el conocimiento, pero no cuestionar su estructura ni participar en su creación.

Frente a esto, el software libre se convierte en una metáfora poderosa: representa la posibilidad de apropiarnos de la herramienta, de modificarla, de construir en comunidad. ¿No debería ser la universidad, precisamente, ese espacio de conocimiento libre y compartido, donde estudiantes y docentes co-crean el aprendizaje y cuestionan juntos la sociedad que los rodea?


Llamado personal

Como profesor y ciudadano, invito a mis estudiantes, colegas y lectores a no conformarse con ser simples receptores de un currículo impuesto ni con repetir mecánicamente lo que otros han decidido enseñar. Así como defendemos la existencia del software libre frente a los sistemas privativos, debemos defender también el conocimiento libre frente a los modelos rígidos y excluyentes de educación.

La universidad no debe ser un espacio de obediencia, sino un laboratorio de libertad. No se trata de recibir pasivamente lo que “ya está escrito”, sino de atreverse a cuestionar, a proponer y a transformar.
Porque solo cuando participamos en la construcción del conocimiento podemos decir que somos realmente libres.

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